Entrevista Nacho Vegas "La tristeza no es nada bonita"
«La música es una especie de reducto donde uno pueda celebrar la vida; no cambia el mundo, pero es necesaria»
CHUS NEIRA Oviedo,
Nacho Vegas (Gijón, 1974) vuelve este domingo a Oviedo, ciudad de la que los caprichos de las giras le han mantenido años alejado. El regreso será por la puerta grande, el teatro Campoamor (ocho de la tarde, entradas de 15 a 20 euros) y un disco, «La zona sucia», aplaudido como lo mejor de su cosecha. En esta entrevista el cantautor desmenuza este último trabajo y analiza sus convicciones musicales.
-¿«La zona sucia» como un punto de partida o de llegada?
-No, de partida. Con las canciones lo que necesitas es saber arrancar, y nacen de esa suciedad, de las cosas confusas, de lo que no sabes muy bien cómo interpretar. Una canción siempre parte de un sitio, aunque nunca sabes muy bien dónde te va a llevar.
-Parece que su habitual sentido trágico de la vida está un poco más distanciado en este trabajo.
-Las canciones, incluso las que nacen de los sentimientos más amargos, siempre tienen que estar abiertas. En este disco las canciones un poco más duras, como «La gran broma final» o «Cosas que no hay que contar», dejan una puerta abierta, si las cierras demasiado estás regocijándote en eso que no es bonito, y las canciones siempre tienen que tener un punto positivo.
-Otra novedad es el tono acústico, menos eléctrico.
-Es cierto, y creo que tiene que ver con que en estos años Abraham Boba (teclados) ha desarrollado un papel más fundamental, y ahora se sustenta más en el diálogo con Xel (guitarras). Pero grabé 16 canciones pensando en un EP, y las hay más eléctricas que han quedado fuera para una escucha más fluida.
-Ha dicho antes que no es bueno regocijarse en el sufrimiento. ¿Ése no era un sello de sus composiciones?
-Existe ese peligro, y a mí no me mola cuando escucho canciones de gente y parece que miran su ombligo y no salen de ahí. Incluso las canciones más duras tienen que combatir estos sentimientos. La tristeza no es nada bonito, nada con lo que se pueda hacer algo bonito. En el fondo, las canciones tristes, y esto creo que es de Springsteen, hablan de resistencia al dolor y a las cosas tristes. Y nunca puedes revolcarte en ellas, porque eso es obsceno. Si lo he hecho alguna vez no era la intención. Creo que siempre había una distancia que hacía que el efecto fuera un poco más catártico.
-Su voz ahora suena menos tartamuda, más nítida.
-Algo que siempre quise evitar fue cantar como para dentro, que creo que es mi fallo de interpretación de mis primeros discos. Hay que hacerse oír sacándote fuera, que es lo que tenían aquellos cantantes de blues, sacando también los demonios fuera. Yo nunca estuve a gusto con mi voz, y en éste estoy un poco más a gusto. La voz, sea más bonita o más fea, es lo único que es tuyo, y tienes que aprender a estar cómodo.
-Insiste en su interés por rescatar la lírica tradicional. ¿Qué le dan estos cancioneros?
-El rock y el pop es también música popular que viene de diferentes sitios, una música popular bastarda; pero si sigues tirando llegas, por ejemplo, a lo irlandés. Y en lo asturiano no tanto la cosa celta, que me interesa menos, pero el romancero, si te pones a tocarlo, podría ser de cualquier folk occidental. Y lo que tienen estas canciones, que no se hacían para ser estrellas de rock, y en las que no existía el concepto de autoría, es un grado de pureza que hay que intentar preservar.
-Los coros infantiles, ¿cómo funcionan?
-Como una mirada limpia en contrapunto a las voces adultas. Esos contrastes, como en una canción country alegre que cuenta cosas terribles, hacen que la canción se convierta en una celebración, que es lo que las canciones siempre tienen que ser.
-¿La música puede cambiar el mundo?
-No, no es útil, pero sí necesaria. Tiene algo de resistencia ante la insatisfacción que planea en la vida. Es una especie de reducto donde uno pueda, no sé, celebrar la vida, sentirse vivo.
Nacho Vegas (Gijón, 1974) vuelve este domingo a Oviedo, ciudad de la que los caprichos de las giras le han mantenido años alejado. El regreso será por la puerta grande, el teatro Campoamor (ocho de la tarde, entradas de 15 a 20 euros) y un disco, «La zona sucia», aplaudido como lo mejor de su cosecha. En esta entrevista el cantautor desmenuza este último trabajo y analiza sus convicciones musicales.
-¿«La zona sucia» como un punto de partida o de llegada?
-No, de partida. Con las canciones lo que necesitas es saber arrancar, y nacen de esa suciedad, de las cosas confusas, de lo que no sabes muy bien cómo interpretar. Una canción siempre parte de un sitio, aunque nunca sabes muy bien dónde te va a llevar.
-Parece que su habitual sentido trágico de la vida está un poco más distanciado en este trabajo.
-Las canciones, incluso las que nacen de los sentimientos más amargos, siempre tienen que estar abiertas. En este disco las canciones un poco más duras, como «La gran broma final» o «Cosas que no hay que contar», dejan una puerta abierta, si las cierras demasiado estás regocijándote en eso que no es bonito, y las canciones siempre tienen que tener un punto positivo.
-Otra novedad es el tono acústico, menos eléctrico.
-Es cierto, y creo que tiene que ver con que en estos años Abraham Boba (teclados) ha desarrollado un papel más fundamental, y ahora se sustenta más en el diálogo con Xel (guitarras). Pero grabé 16 canciones pensando en un EP, y las hay más eléctricas que han quedado fuera para una escucha más fluida.
-Ha dicho antes que no es bueno regocijarse en el sufrimiento. ¿Ése no era un sello de sus composiciones?
-Existe ese peligro, y a mí no me mola cuando escucho canciones de gente y parece que miran su ombligo y no salen de ahí. Incluso las canciones más duras tienen que combatir estos sentimientos. La tristeza no es nada bonito, nada con lo que se pueda hacer algo bonito. En el fondo, las canciones tristes, y esto creo que es de Springsteen, hablan de resistencia al dolor y a las cosas tristes. Y nunca puedes revolcarte en ellas, porque eso es obsceno. Si lo he hecho alguna vez no era la intención. Creo que siempre había una distancia que hacía que el efecto fuera un poco más catártico.
-Su voz ahora suena menos tartamuda, más nítida.
-Algo que siempre quise evitar fue cantar como para dentro, que creo que es mi fallo de interpretación de mis primeros discos. Hay que hacerse oír sacándote fuera, que es lo que tenían aquellos cantantes de blues, sacando también los demonios fuera. Yo nunca estuve a gusto con mi voz, y en éste estoy un poco más a gusto. La voz, sea más bonita o más fea, es lo único que es tuyo, y tienes que aprender a estar cómodo.
-Insiste en su interés por rescatar la lírica tradicional. ¿Qué le dan estos cancioneros?
-El rock y el pop es también música popular que viene de diferentes sitios, una música popular bastarda; pero si sigues tirando llegas, por ejemplo, a lo irlandés. Y en lo asturiano no tanto la cosa celta, que me interesa menos, pero el romancero, si te pones a tocarlo, podría ser de cualquier folk occidental. Y lo que tienen estas canciones, que no se hacían para ser estrellas de rock, y en las que no existía el concepto de autoría, es un grado de pureza que hay que intentar preservar.
-Los coros infantiles, ¿cómo funcionan?
-Como una mirada limpia en contrapunto a las voces adultas. Esos contrastes, como en una canción country alegre que cuenta cosas terribles, hacen que la canción se convierta en una celebración, que es lo que las canciones siempre tienen que ser.
-¿La música puede cambiar el mundo?
-No, no es útil, pero sí necesaria. Tiene algo de resistencia ante la insatisfacción que planea en la vida. Es una especie de reducto donde uno pueda, no sé, celebrar la vida, sentirse vivo.
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