ENTREVISTAS "NACHO VEGAS, LA FRESCA OSCURIDAD"

La fresca oscuridad



Oscuro, lírico, rockero y siempre inspirado, estudioso del folklore asturiano y una voz única dentro del rock español (y probablemente entre los cantautores hispanohablantes), Nacho Vegas saca un disco nuevo. Y es el primero de una nueva etapa: el primero con el sello que él mismo creó para que los músicos se autoproduzcan, el primero que sus fans más acérrimos encuentran más luminoso, y el primero en el que canta con niños.

 

Por Mariana Enriquez

Hace cuatro años, Nacho Vegas editó un disco terrible, El manifiesto desastre. Un disco que documentaba un descenso infernal: comenzaba con una canción sensual y hasta juguetona como “Dry Martini S.A.” y se iba oscureciendo hasta “Morir o matar”, tan desesperada que era capaz de producir un malestar físico de tan suicida y autorreferencial. “Me cuesta percibirlas como canciones tan duras”, dice en un descanso de su gira desde Gijón, su ciudad natal en Asturias. “Por supuesto la primera persona en las canciones siempre acaba siendo un personaje, no tengo intención de promocionar mis miserias. Pero es cierto que las canciones nuevas son menos retorcidas, admitido.”

Las canciones nuevas llegan con La zona sucia, el nuevo disco que la semana que viene se edita en Buenos Aires y que posiblemente traerá a Vegas para un show en septiembre, aunque la fecha aún está en veremos. La “zona sucia” es un término del automovilismo, que a Vegas le encanta –parece un poco harto del fútbol ibérico con su aburrido dúo Barcelona-Real Madrid–. “Es la parte de la pista por la que los coches no siguen la trazada, y por eso tiene restos de goma y otras impurezas que disminuyen la velocidad. Y es una frase bonita.”
 
Nacho Vegas, en efecto, disminuyó la velocidad: entre 2008 y 2011 sólo editó un EP, El género bobo, producción exigua si se la compara con la hiperactividad anterior: un disco doble con Enrique Bunbury, El tiempo de las cerezas (2006), otro disco con Christina Rosenvinge (Verano fatal, 2007) y otro excelente con Xel Pereda y bajo el nombre de Lucas 15 (2008) en que rescataba y actualizaba en sonido rockero canciones del folklore asturiano. ¿Qué ocurrió en esos años de zona sucia? Una reestructuración de su forma de producción y una limpieza general de su sonido y de su forma de componer. En primer lugar, dejó su sello discográfico de toda la vida, Limbostarr, para fundar Marxophone, más que un sello una plataforma de edición para sus propios discos y los de otros artistas. “Es un paso bastante natural por como están las cosas en el ambiente musical”, explica. “Pasé 10 años en Limbostarr en los que trabajé muy a gusto. Lo que pasa es que tal y como ha ido la industria, los sellos no tienen sentido como tales, se han ido reconvirtiendo en oficinas de contratación. Necesitábamos un descanso en nuestra relación y la manera de hacerlo fue tomar más riesgos y más responsabilidades creando una plataforma en la que los artistas que publican se autoproducen el disco. La libertad y el poder de decisión vuelve estar del lado de los músicos y de los sellos que trabajan con pasión.”
La crisis de la industria discográfica termina siendo beneficiosa para la música...

–En el mundo de la música hay una crisis anterior a la actual crisis financiera, y es muy beneficiosa para la música. Se pinchó la burbuja de la venta de cds, de las grandes compañías y sus negocios, de las promociones. Lo que ocurre ahora es que no hay tantos artistas millonarios, pero sí artistas que tienen muchas más posibilidades de difundir su música. Creo que vivimos un buen momento. Desde luego económicamente es una época espantosa, los mercados y la banca son los que mandan, son los causantes de una crisis y ellos no la están pagando. La diferencia es que las grandes compañías, con su manera de imponer el cd y de vender a los artistas como si fueran sanitarios, han causado su propia crisis pero en este caso ellos son los que se están viniendo abajo. Y eso es una buena noticia.




Nada en contra de la piratería, entonces.
–No. La piratería es una consecuencia de la manera de hacer las cosas de la industria. Yo personalmente no tengo nada en contra de que la gente se baje la música, me parece libre y de hecho nuestros discos en Marxophone tienen la licencia de Creative Commons para que cualquiera lo haga sin ningún problema. Se siguen vendiendo discos de todos modos, de hecho yo sigo comprándolos, en parte porque la calidad de los archivos de audio suele ser mala. Imagino que esto cambiará con el tiempo. De todos modos, a la música no necesitas oírla perfectamente para disfrutarla.

Resulta extraño hablar con Nacho Vegas de bajar música de internet, de sellos, de políticas de la industria discográfica. Este es el hombre que cantó sobre el suicidio de su padre en “El ángel Simón” de Actos inexplicables, su primer disco solista de 2001; que en “El sacaúntos de Allariz” de Lucas 15 narraba con saña las andanzas de un asesino caníbal en la España rural de principios de siglo; o que en “El tercer día” de El manifiesto desastre describía los primeros días de una rehabilitación con influencias de Nick Cave. De hecho, muchos fans están disgustados por la luminosidad lírica y musical de La zona sucia. No es que afecte a Vegas: el disco debutó en el tercer puesto de ventas (poco más de diez mil ejemplares, pero en España, hoy, eso es mucho) y su gira agota entradas con semanas de anticipación. Él cuenta que en efecto recibió reclamos de fans: “Me he encontrado con gente que parecía decepcionada por el tono de estas canciones. La sordidez vende para algún tipo de gente, gusta. 
 
El malditismo es obviamente atractivo. Pero yo creo que incluso las canciones más duras y desagradables son canciones que intentan combatir esas sensaciones abismales, esos estados de ánimo. Todas las canciones son exorcismos. Las de La zona sucia son más abiertas que en otros discos pero creo que como las anteriores nacen de sentimientos duros para combatirlos, no para quedarse en ellos. La tristeza no tiene nada de bonito”.
Bueno, más o menos. Las canciones de La zona sucia son muy tristes y muy bonitas; acústicas, sencillas, con apenas algún estallido eléctrico. “Taberneros”, por ejemplo, basada en una melodía tradicional asturiana, dice: “Yo creí que nuestro amor era infinito como la arena/ Ahora sé que lo único inagotable es esta insoportable pena”. Y entonces, en el estribillo, ingresa un coro de niños. Es el primero pero no el último del disco (grabó con niños de la Academia Musical Rigodón y con niñas de El Puerto de Santa María.)  
 
¿Por qué incluir esas voces angelicales e inquietantes? “Los coros de niños tienen un dejo siniestro cuando se combinan con voces adultas; aparece una especie de paradoja, de conflicto, de contraste. Ellos aportan un grado de pureza que está relacionado con el cancionero popular. La infancia en la cultura y la literatura popular siempre aparece con un aura macabra y yo quería ese contraste emocional.” Otras canciones visitan terrenos más habituales: el terror al abandono en la valseada “Cuando te canses de mí”, el inevitable fracaso (“es la semana grande, la crueldad y nuestro honor celebran una fiesta”) en la etérea “La gran broma final”, el pesimismo con piano y folk en “Reloj sin manecillas” (que cita a una de sus heroínas, Carson McCullers) o la oscura “El mercado de Sonora” con guitarras chirriantes y brujería, que cierra el disco. 
 
Pero Vegas parece estar particularmente contento con “Lo que comen las brujas”, probablemente el mejor tema del disco, que reúne mejor que cualquier otra sus intenciones actuales: las voces siniestras de los niños, la lírica distanciada del desgarro autobiográfico, las melodías tradicionales, la cuentos tradicionales: “La niña pregunta/ ¿Mamá, qué es lo que comen las brujas?/ Ella le responderá, seria pero con dulzura/ Leche, galletas y a ti/ Leche, galletas y a ti corazón mío, a ti/ Y anoche vi que una hambrienta se aproxima aquí/ Creo que viene por ti”.

La zona sucia y la conversación de Nacho Vegas están atravesadas por una idea que lo abarca todo: la del rock y la canción de autor como parte de la música popular. Por eso la licencia de Creative Commons, que de alguna manera borronea al autor, tal como las canciones folklóricas no le pertenecen a nadie; por eso los niños en los estribillos que exigen cantar a viva voz en un concierto; por eso la investigación permanente del folklore asturiano. “Si el folk inglés y norteamericano es central en sus culturas rock, ¿por qué no echar mano del nuestro?”, se pregunta. “Hay algo muy honesto y puro allí, en esas canciones del pueblo, que nacen de dentro, que la gente canta. Elimina cualquier tipo de ego y concepto de autoría. Se hacían porque la gente está de duelo, o de fiesta, porque había nacido un niño, por una tragedia amorosa. Hay algo auténtico y todos los que hacemos canciones buscamos ese grado de pureza.”
 

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